Pocos, muy pocos esperaban que algo como lo que está sucediendo en estos momentos ocurriera en la Ciudad de México. Y sin embargo ¡zaz!, llegó de golpe. En menos de 24 horas tuvimos que aprender las diferencias entre una gripe normal, la influenza estacional y la influenza porcina. En pocas horas nos fuimos llenando de información alarmista, mucha de ella contradictoria e incompleta, pero información al fin y al cabo. Todos pasamos por varios estados emocionales diversos: incredulidad, relajo, incertidumbre, miedo, aburrimiento, confusión, hartazgo, enojo. No mames, ¿una epidemia en México? A webo, quitaron las clases. ¿Es mortal la influenza porcina? ¿Estoy más protegido si me vacuné contra la influenza en diciembre? Ya estoy hasta la madre de que en la tele sólo pasen novelas y reportes especiales sobre la epidemia. ¿Por qué se muere la gente sólo en México? ¡Ponte el tapabocas, me vas a enfermar, cabrón!
Y desde el sábado por la noche, cuando el Secretario de Salud anunciaba que se suspenderían las clases en todo el Valle de México hasta el 6 de mayo, comencé a interesarme en las implicaciones sociales y psicológicas que este tipo de medidas tendrían en la población. Pero no solamente hablo de las afectaciones producidas por las decisiones gubernamentales, sino también del bombardeo mediático, del miedo colectivo, de la incertidumbre permanente sobre esta epidemia extraña, del constante temor ante el otro, del desajuste en nuestras vidas diarias. Aún no podemos decirlo con total certeza, pero parece inminente que todo esto que estamos viviendo producirá resultados todavía insospechados. Imaginen a todas las personas que de último momento han tenido que llevar a sus hijos con ellos a las oficinas, o todas las abuelas, tías, vecinas, etcétera, que de pronto han tenido que hacerse cargo de varios chamaquitos porque las guarderías están cerradas. Imaginen la desesperación de cientos de miles de personas que han tenido que dejar de trabajar como meseros, cajeros, garroteros, etcétera, en los restarurantes, cines, bares de la Ciudad de México porque están cerrados. No sé que hará todo el mundo, pero varios de nosotros, individuos comunes y corrientes, hemos intentado salir lo menos posible de casa y atender todas las recomendaciones del gobierno. Además de mí, cuántos de nosotros no hemos pasado horas y horas frente al computador leyendo toda la información posible en periódicos, medios oficiales, blogs, foros, etcétera. En fin, ¿qué más puede hacer uno cuando es fanático de los periódicos y está bajo resguardo en casa? (Bueno, también debo decir que ayer por fin vi Casablanca a las tres de la mañana y la verdad me gustó mucho el final).
Pero la consecuencia obvia del enclaustramiento se produce rápidamente: confusión, ansiedad, escepticismo, tedio, etcétera, comienzan a hacerse patentes. Los nicknames han cambiado, ya no son "awebo a disfrutar el puente!!" sino "verga, ya cerraron los restaurantes". Los que antes promovían fiestas en honor a la influenza ahora se quejan de que los antros están cerrados y aceptan que "sí debe estar la cosa dura".
Pero mi interés no radica exclusivamente en los cambios de nuestro comportamiento habitual, sino que también me pregunto constantemente ¿qué pasa con la sociedad como conjunto, qué pasa con la ciudad como ente dinámico? De primer momento pienso que una sociedad tan compleja como la nuestra no puede paralizarse por completo, de hecho aún estamos lejos de que sea nuestro caso: el metro, las dependencias del gobierno, los bancos, las empresas, etcétera, siguen operando "casi" normalmente. Una ciudad de 20 millones de personas no puede detenerse, pues esto implicaría necesariamente más desastres que beneficios. Sin embargo, "algo" está cambiando. No sé qué es, y tampoco puedo emitir ningún juicio de valor en este momento, pero como ya muchos lo han advertido, las miradas entre las personas son distintas. Estornudar o toser es sospechoso, un pequeño dolor de garganta causa psicosis, y obviamente la irritabilidad se aparece por doquier. Nuestros sentimientos individuales se socializan: el miedo, la histeria, el hartazgo, el aburrimiento generan nuevas formas de interacción social. "Mejor de lejecitos", parece ser un nuevo lema. Incluso mi madre el día de hoy se apartó bruscamente cuando pretendía saludarla de beso.
Pero eso no es todo, también me pregunto si nos afectará de alguna manera el señalamiento internacional como país "apestado". Los gobiernos extranjeros tratan el tema con suavidad, pero las personas comunes son más directas: "nos tratan como leprosos" dicen los jugadores de las Chivas que fueron a jugar a Chile la Copa Libertadores. ¿Cómo quedará marcada en nuestra memoria colectiva que fuimos un país exportador de virus y contagios? Quizá sólo hablo por mí, pero de verdad que siento pena cuando leo que "el ciudadano francés que está siendo investigado clínicamente regresó hace poco de un viaje por México" o "los 20 niños que están infectados en Nueva York estuvieron hace una semana en México". El turismo se resentirá gravemente, pasará un buen rato para que nuestros amigos extranjeros quieran volver a nuestras playas, ciudades y pueblos, y obviemente esto generará despidos masivos en ese sector fundamental de la economía mexicana, sobre todo a medida que se sepa con certeza el impacto económico de la epidemia. México como país causante de contagios, los mexicanos como portadores de virus. No me gusta. Tan sólo el día de hoy Canadá, Argentina y Cuba decidieron no recibir más vuelos procedentes de México. Lo entiendo, pero me sabe mal.
Es tarde y debo trabajar mañana, se quedan pendientes:
*El tapabocas como nuevo ícono de moda en nuestras vidas.
*La necesidad de distracción.
*La pertinencia de la huida.
*La guerra de cifras. ¿159 muertes pero sólo 7 confirmadas? No entiendo.
Y desde el sábado por la noche, cuando el Secretario de Salud anunciaba que se suspenderían las clases en todo el Valle de México hasta el 6 de mayo, comencé a interesarme en las implicaciones sociales y psicológicas que este tipo de medidas tendrían en la población. Pero no solamente hablo de las afectaciones producidas por las decisiones gubernamentales, sino también del bombardeo mediático, del miedo colectivo, de la incertidumbre permanente sobre esta epidemia extraña, del constante temor ante el otro, del desajuste en nuestras vidas diarias. Aún no podemos decirlo con total certeza, pero parece inminente que todo esto que estamos viviendo producirá resultados todavía insospechados. Imaginen a todas las personas que de último momento han tenido que llevar a sus hijos con ellos a las oficinas, o todas las abuelas, tías, vecinas, etcétera, que de pronto han tenido que hacerse cargo de varios chamaquitos porque las guarderías están cerradas. Imaginen la desesperación de cientos de miles de personas que han tenido que dejar de trabajar como meseros, cajeros, garroteros, etcétera, en los restarurantes, cines, bares de la Ciudad de México porque están cerrados. No sé que hará todo el mundo, pero varios de nosotros, individuos comunes y corrientes, hemos intentado salir lo menos posible de casa y atender todas las recomendaciones del gobierno. Además de mí, cuántos de nosotros no hemos pasado horas y horas frente al computador leyendo toda la información posible en periódicos, medios oficiales, blogs, foros, etcétera. En fin, ¿qué más puede hacer uno cuando es fanático de los periódicos y está bajo resguardo en casa? (Bueno, también debo decir que ayer por fin vi Casablanca a las tres de la mañana y la verdad me gustó mucho el final).
Pero la consecuencia obvia del enclaustramiento se produce rápidamente: confusión, ansiedad, escepticismo, tedio, etcétera, comienzan a hacerse patentes. Los nicknames han cambiado, ya no son "awebo a disfrutar el puente!!" sino "verga, ya cerraron los restaurantes". Los que antes promovían fiestas en honor a la influenza ahora se quejan de que los antros están cerrados y aceptan que "sí debe estar la cosa dura".
Pero mi interés no radica exclusivamente en los cambios de nuestro comportamiento habitual, sino que también me pregunto constantemente ¿qué pasa con la sociedad como conjunto, qué pasa con la ciudad como ente dinámico? De primer momento pienso que una sociedad tan compleja como la nuestra no puede paralizarse por completo, de hecho aún estamos lejos de que sea nuestro caso: el metro, las dependencias del gobierno, los bancos, las empresas, etcétera, siguen operando "casi" normalmente. Una ciudad de 20 millones de personas no puede detenerse, pues esto implicaría necesariamente más desastres que beneficios. Sin embargo, "algo" está cambiando. No sé qué es, y tampoco puedo emitir ningún juicio de valor en este momento, pero como ya muchos lo han advertido, las miradas entre las personas son distintas. Estornudar o toser es sospechoso, un pequeño dolor de garganta causa psicosis, y obviamente la irritabilidad se aparece por doquier. Nuestros sentimientos individuales se socializan: el miedo, la histeria, el hartazgo, el aburrimiento generan nuevas formas de interacción social. "Mejor de lejecitos", parece ser un nuevo lema. Incluso mi madre el día de hoy se apartó bruscamente cuando pretendía saludarla de beso.
Pero eso no es todo, también me pregunto si nos afectará de alguna manera el señalamiento internacional como país "apestado". Los gobiernos extranjeros tratan el tema con suavidad, pero las personas comunes son más directas: "nos tratan como leprosos" dicen los jugadores de las Chivas que fueron a jugar a Chile la Copa Libertadores. ¿Cómo quedará marcada en nuestra memoria colectiva que fuimos un país exportador de virus y contagios? Quizá sólo hablo por mí, pero de verdad que siento pena cuando leo que "el ciudadano francés que está siendo investigado clínicamente regresó hace poco de un viaje por México" o "los 20 niños que están infectados en Nueva York estuvieron hace una semana en México". El turismo se resentirá gravemente, pasará un buen rato para que nuestros amigos extranjeros quieran volver a nuestras playas, ciudades y pueblos, y obviemente esto generará despidos masivos en ese sector fundamental de la economía mexicana, sobre todo a medida que se sepa con certeza el impacto económico de la epidemia. México como país causante de contagios, los mexicanos como portadores de virus. No me gusta. Tan sólo el día de hoy Canadá, Argentina y Cuba decidieron no recibir más vuelos procedentes de México. Lo entiendo, pero me sabe mal.
Es tarde y debo trabajar mañana, se quedan pendientes:
*El tapabocas como nuevo ícono de moda en nuestras vidas.
*La necesidad de distracción.
*La pertinencia de la huida.
*La guerra de cifras. ¿159 muertes pero sólo 7 confirmadas? No entiendo.
5 comentarios:
A mí más que el virus, lo que me da pavor son las repercuciones económicas que le representará al país esta epidemia.
Mmmh, yo sigo con lo de las teorías de la conspiración. Ahora sé que fue un compló para quitarle a AMLO a Manuel Camacho Solís...
Ya con toda seriedad, acabo de leer este artículo escrito por él, en el universal. No sé si lo que tiene es influenza porcina, o regular, pero pues ahí está... también para los señores de la izquierda, la nueva izquierda buena onda y anexas:
http://www.eluniversal.com.mx/editoriales/43885.html
yo tampoco entiendo esa cuestión de las cifras, y luego la gente en la playa con cubrebocas jaja me dió mucha risa
Eso me faltaba ver en la vida! Cubrebocas en la playa! tú te figuraste cosa similar hace no más de algunas semanas atrás?
La diversidad de diseño seguro crecerá. Vi uno muy chic de lineas rositas en zig zag... y una gótica llevaba uno sencillamente negro.. nu sé, voy a buscar morados o con rombitos.
ayer salí por primera vez en 5 días porque el encierro me estaba volviendo más gruñona que de costumbre y déjame decirte que fue una cosa muy extraña, por decir lo menos. Las imágenes de toda la gente con cubrebocas, miradas temerosas si alguien no mantenía una distancia de mínimo un metro de ellos, fue como si estuviera viendo una película de bajo presupuesto titulada "La vida a través de un cubrebocas", en donde la gente no se toca, es más, tiene miedo de hacerlo. Indudablemente por mi formación me quedé pensando en las repercusiones psicológicas que tiene la falta de contacto físico con los otros, el no poder expresar el afecto por medio de un beso, una caricia o un abrazo por temor al virus (que ahora también ha mutado de nombre), y claro que no quisiera contagiarme pero tampoco me dejan de parecer graves las repercusiones de la falta de contacto...
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