miércoles, 13 de febrero de 2008

Salve ¡oh Teodora!

Inclino mi cabeza ante la majestad de tu estampa y glorifico la firmeza de tus siempre sabias acciones. Esta noche ofrendaré veinte bueyes para que nuestro dios sea benigno y me permitan el pronto retorno. Las campañas contra los ostrogodos y los visigodos se hacen cada vez más complejas y el clima dificulta nuestro avance. Sin embargo, confiamos todos, soldados y generales, en que la aparición de Marte en el cielo es un buen augurio y que se nos otorgará el triunfo final. Mis obligaciones me han alejado de ti, mi querida Teodora, pero aún mantengo fresco el recuerdo de cuándo te conocí por primera vez en aquel bazar de Constantinopla. Tú actuabas y seducías, yo te miraba fijamente. Fue entonces que decreté la ley que permite a los romanos hacer matrimonios entre distintas clases sociales, y lo hice sólo para tenerte a mi lado. La construcción de la Catedral de Santa Sofía, que todos piensan que es un tributo a la sabia Minerva, es en realidad la obra que quiero culminar para ti. Que sea un regalo inmortal que traspase años y siglos, y que la gente hable por milenios de cómo un emperador romano se enamoró de una humilde ejecutante de comedias y tragedias griegas. Los Idus de marzo se acercan. Pido a Dios, a Júpiter, a Zeus, a Abraxas, a Shiva, a todos los dioses que conozco por tu recuperación.

Flavius Petrus Sabbatius Iustinianus

Tu Justiniano

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