miércoles, 13 de febrero de 2008

Chère Chantal,

No he sabido de ti por días. Confieso que comienza a ganarme la impaciencia. Sin embargo, hay algo que es curioso: por las noches, cuando de pronto los sonidos de los fusiles se hacen más cercanos, cuando las explosiones parecen más mortíferas y los gritos de los recién heridos se multiplican, aún puedo pensar en ti. Y aunque es difícil conciliar el sueño, a veces me duermo y sueño que cantas y te desnudas sólo para mí, como alguna vez lo hiciste. No pretendo extenderme mucho y ni aunque quisiera podría. La situación es grave, quién mejor que tú lo sabe. Las muertes de ambos bandos cada vez son más y más absurdas. Las guardias reales asesinan sin justificación a mujeres y niños. Los insurrectos han muerto a muchos nobles, a obispos, a ministros y a jefes de policía. Algo debe de suceder ahora para poner fin a tanta muerte. Te informo sólo lo que ya debes de saber: se piensa llevar a juicio a la reina, pues las multitudes claman por su cabeza. Dicen que han llevado ya la guillotina a la plaza de la Concordia y que preparan un templete para que todos vean el espectáculo. Los adoquines de las calles siguen desapareciendo para agrandar las barricadas. Y ya sabes: el pueblo tiene sus historias. Ayer me han relatado que un batallón de guardias estaba por ocupar de nuevo Le Château-Therry cuando de pronto se escuchó el canto de una mujer. Dicen que la mujer, con voz fuerte y firme, aunque tierna y amable, ordenó no cejar en la defensa. Y cuentan que de las barricadas salieron no hombres, sino ángeles con espadas, que hicieron retroceder a los guardias. Ya te imaginarás. Las viejas y los niños propalan las historias y todo mundo comienza a creerlas. Y ayer, cuando Monsieur Genet narraba la historia de la mujer que canta en las barricadas, no pude evitar pensar en ti. “Hoy los hombres escuchan a la mujer y matan por la Revolución, mañana estarían dispuestos a matarse entre ellos por su amor” dice, muy convencida, Madame Dupont. Y es entonces cuando sé que todos se refieren a ti. La hija bastarda de un homosexual, la que conoce de miserias desde que nació. Sé que se refieren a la huérfana, la que nunca disfrutó del amor materno y que se vio obligada a vender el suyo; se refieren a la prostituta, la preferida de los ricos… la única mujer que, plagada de vicios y desgracias, podría hacer que el pueblo, hombres, mujeres, niños y ancianos, continuaran la lucha por lo ininteligible, por la libertad y la igualdad. Alégrate, pues les has enseñado lo mucho que valen las ideas..., les transmites día con día el valor de luchar por lo inmaterial, no por dinero, comida, títulos, placeres, amores y demás..., les demuestras que aquél que ha sufrido todo, ya no tiene que temer por nada. No sé dónde estés ahora. Quizá no importe tanto, lo fundamental es que tu canto se siga escuchando. Y presiento que los que te escuchen te seguirán hasta el final. Yo lo haría.

R.

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