Introducción prescindible.
Todos los días, lo queramos o no, convivimos con hechos, situaciones y circunstancias que entran en la esfera de "la política". A veces nos pasan desapercibidas, pero están ahí y más aún: afectan nuestras vidas de una manera directa sin importar quiénes seamos o en dónde vivamos. Por una parte, el circo las actividades de diputados, senadores y otros "políticos profesionales" son sólo la parte más visible, y en ocasiones ridícula, de lo que entendemos por política. Esos acuerdos públicos o en lo oscurito, esas alianzas electorales, esos debates subidos de tono, ese artero asesinato de tal candidato, esas tomas de tribuna, esa foto con tal o cual líder sindical, esos foros de discusión, etcétera, etcétera, que suelen cansarnos y aburrirnos tanto, luego se traducen en el nuevo impuesto a la gasolina o a la cerveza, en la protección de tal gobernador ante sus fechorías, en el impulso de una agenda de seguridad distinta, en el nuevo programa social del gobierno, en la concepción económica del país, y, en términos amplios, en la definición del país que estamos construyendo. Por otro, idealmente la sociedad no desempeña un papel pasivo o reactivo en la política, sino que también puede (algunos dirán "debe") interesarse de la "cosa pública", presionar a los gobernantes cuando no cumplen sus promesas, castigarlos o premiarlos con su voto, proponer alternativas a problemas públicos, etcétera. No se trata sólo de marchar, protestar y hacer escándalo cuando algo afecta directamente mis intereses, cosa que también suele cansar y alejar a la población de la política, sino de intentar comprender qué es lo que está pasando, escuchar los argumentos del otro y reflexionar sobre cómo se podría solucionar tal problema en específico. Claro, eso en el mundo ideal. Como sea, por hueva, apatía, desconocimiento o hartazgo, los ciudadanos hemos encontrado una salida fácil para justificar nuestros males y de los de todo el país. "Es culpa de los políticos", se dice a menudo. Y pues sí es cierto, pero no es tan sencillo.
Como ya se ha mencionado, lo que intenta este espacio es que a partir de una anécdota o relato de una situación cotidiana, se generen reflexiones en torno a la situación política de México y mostrar que, como bien indica el título del siguiente post,
POLÍTICOS SOMOS TODOS
(Aquí empieza el verdadero post)
Por Ana Cinthya Uribe (@lunacronopio)
Poco se hablaba de política en casa. Mi abuelo paterno, un conservador de los de miedo, decía que había que votar por el Partido del Gallito – que no me acuerdo ni cómo se llamaba, pero debe haber sido ultraconservador. Poco más. De vez en cuando en las comidas familiares, largas peroratas acerca de cómo todos los políticos eran corruptos y horrendos y ricos y se enriquecían con el dinero de los impuestos. Y luego carcajadas o críticas mal encubiertas a aquel tío arquitecto que se encargaba de algunas obras públicas de la ciudad: bien pagado, asegurándose de ejecutarlo todo con el material más barato y de tardarse lo más posible.
En cuanto a la política en la escuela, era una cosa un poco extraña. Había “elecciones” para la reina de primavera y la niña que ganaba no era ni la más bonita, ni la más simpática, ni la más barbera con las maestras – era aquella cuyos papás tenían más dinero y lograban vender más boletitos para la kermesse. Total: todo parecía un negocio.
Pero no lo era. Educada en colegio de unas monjas extrañamente concienciadas, entre a los noventa intentando entender a cabalidad el sistema “democrático” del país. Hablamos de las cosas que se podían hacer si se utilizaban bien los votos. Escuché de rebote cosas de la caída del sistema, asistí a un par de discusiones entre los amigos de mis padres... comencé a pensar en cómo era que uno se convertía en político y luego, claro, en presidente.
A mí me hacia ilusión ser presidente – la primera presidenta del país, cómo no. No sabía porqué, pero era bonito eso de “trabajar por México”. En el 94, mi monja profesora de civismo nos habló de la recuperación de su ciudadanía, de cómo por primera vez desde que tomó los hábitos podría votar, de lo importante de poder hacerlo... entonces, con quince años, vi el país conmocionarse por un magnicidio. “Ese hombre parecía un buen hombre”, decía mi mamá mientras mirábamos asombradas la televisión, una y otra vez, con las escenas de Colosio cayendo de lado.
Total – la próxima vez ya me tocaba votar. Y en la preparatoria me encontré con los típicos comunistas de hueso colorado (que, dicho sea de paso, hoy trabajan para el gobierno del PAN), con los que creían en la importancia del continuismo del PRI y los que ya votaban con quien fuera nada más por tener un partido diferente en el poder. Ví crecer en el rumor, el impulso, en escuela y en la casa. De pronto, votar volvía a tener una razón de ser. Después de las explosiones en Guadalajara, además, y el pésimo manejo que había hecho de ello la autoridad local, era tan importante ir a votar...
Fuimos a votar. A un señor que, a pesar de todo, no había seguido necesariamente el camino más clásico a la política – había sido empresario y director de una trasnacional. Fuimos todos: mis papás, mis abuelos, yo... hasta mis hermanos menores a la “fiesta de la democracia” que había montado el IFE. Regresé a la redacción a trabajar. Ahí celebré la victoria del cambio.
Yo sabía que el cambio no iba a ser inmediato. Lo intuía por aquello de que no es posible romper las inercias de golpe – pero después de un tiempo me pareció que no se rompía ninguna. Y seguí preguntándome cómo es que uno se convertía en uno de esos deleznables políticos, en un presidente sin mayores capacidades de cambio.
Entonces lo vi claro: los políticos somos todos. Como decía Gezeta el otro día, no hay manera de ser apolíticos de todo: tomamos decisiones que nos afectan a nosotros y a otros. Pero al final del día, es más fácil supongo tener una sub-raza ya detectada y ponerles a ellos todas las culpas... como si hubieran heredado algún reino al que no tenemos acceso.
Creo que lo más importante para mí de la política ahora es la necesidad de no sentirme indefensa delante de ella. Ya no quiero ser presidente de la república, pero sí que quiero que los que tomaron la Política como una profesión den resultados – así como espero que mi médico me cure cuando llego con un gripón. Mi trabajo, creo, es desarrollarme como una ciudadana política consciente y exigente. Y, regresando otra vez a Gezeta, no votar como caballo de calandria con sólo una supuesta ideología en la cabeza (ya sabemos que las ideologías se intercambian a cambio de votos). Votar a partir de propuestas y seguimiento a las mismas: conservar en el puesto a quienes dan resultados. No a quienes tienen tanto tiempo ahí que cómo se nos ocurre que podríamos echarlos.
5 comentarios:
Pues sí, para tener buenos políticos, hay que tener buenos ciudadanos.
Voy sobre todo con aquellos que tienen recursos económicos, y acceso a la educación, pero que por apatía o egoísmo no se involucran -no nos involucramos- en el difícil proceso de apuntalar la democracia.
Hay que ponernos las pilas. Buen post. Suerte.
Sí, política como toma de decisiones, sí. Pero también como implementación de programas que bien pueden tener cortes ideológicos. En general coincido contigo, pero me cuesta creer en ese ejercicio político cuasi racional por parte del ciudadano X en el que puede dejar de lado sus convicciones ideológicas. Sí, éstas cambian. ¿Pero no vale la pena seguir muriéndose en la raya por ellas antes de que cambien?
Política sin ideología es un poco como economía sin dinero: se puede lograr (y hay acciones, "burbujas", finanzas virtuales), pero nos dice muy poco y es tan intangible y complicada que nos abruma.
Saludos!
@Ganso - eso... a apuntarnos y saber que la apatía nos carga fácil y totalmente.
@DMarxías - Claro que el ciudadano puede tener una serie de convicciones y es ideal que las tenga. Esas le ayudarán a tomar decisiones para él en el largo plazo. A lo que yo me refiero también es en la importancia de saber evaluar tus necesidades más allá de tu ideología y guiar con eso tu voto... idealmente, los políticos que sigan una misma ideología que tú, eventualmente captaran - o compartirán - la visión (necesidades, deseos, rangos de valores) de los ciudadanos que deseen votarlos.
¡Saludos!
yo agregaría que no sólo limitarse a realizar un voto conciente, sino participar de manera activa (checa ese ciudadana política... suena a pleonasmo (métete adentro)
Estoy muy de acuerdo con lo que dijo el Ganso. Tu texto es genial. Así, esas pláticas, esas vivencias, esas cosas tan sencillas son las que forman un criterio. Y eso hay que aplaudir.
Me quedo mucho con tu último párrafo. Hay que exigir que esos que toman como vocación la política den resultados, como esperamos de los que tomen X profesión den resultado en ello.
Bravo.
Saludos.
----
Nota: Jordy, está chida la introducción, pero tienes razón es prescindible. O podría ser más corta. Acertada de cualquier modo.
Publicar un comentario