Me gustan las ficciones porque dentro de ellas no hay responsabilidad directa con la realidad. Todo puede suceder sin necesidad de estarse preocupando por la exactitud histórica, la documentación perfecta, el dato duro, la certeza incuestionable. Uno puede jugar con los finales, desaparecer lo innecesario, expandir la bondad de un personaje hasta límites insospechados o desarrollar una maldad absoluta e impresentable. Las licencias son más grandes que cuando se escriben otros géneros: he ahí una obviedad estúpida pero (como diría el Rufián) incontrovertible. No abundaré más en esto, ustedes me entienden.
El caso es que mis ficciones tienden a la nada. Son estáticas. No se desarrollan. He aquí un buen ejemplo de ello:
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Al caer, el libro mostró un detalle hasta antes imperceptible: dos pequeñas hojas tamaño carta, dobladas por la mitad, estaban dentro, como prisioneras mudas y sabias a la espera de ser liberadas. Ella, al ver las hojas, sintió un ligero escalofrío, muchos de sus propios temores quedaron al descubierto en ese instante: ¿era legítimo leer aquello que no fue escrito para nuestros ojos?, ¿lo haría de nuevo? Las preguntas, pero sobre todo, los dolores se abultaban: ¿es acaso lo que en verdad quería encontrar?, ¿ahora?, ¿no son el silencio y el olvido los mejores compañeros en este viaje? Sin saberlo, pero sobre todo, sin pedirlo, ella estaba frente a las palabras que tiempo después serían motivo de besos y suspiros, peleas y discusiones, risas, encantos, engaños y decepciones. Primero decidió mirar de reojo, con la naturalidad de quien recoge aquello que se ha caído. A primera vista todo estaba escrito a mano: mala caligrafía e ideas atrabancadas, exactamente la prisa de quien ha atrapado una idea luego de una larga noche de insomnio. A pesar de las múltiples tachaduras, borrones y acotaciones, el texto era legible. No había señales de nerviosismo en su rostro. Respiró tranquilamente y comenzó a leer en voz baja.
"Con seguridad, dentro de unos años, el recuerdo de este fin de semana será el de uno intrascendente, fatuo y carente de sentido. Será el recuento de tres días innecesarios, aderezado con dos o tres anécdotas lo suficientemente absurdas como para olvidarlas de inmediato. Hoy, sin embargo, escribo esperando encontrar un sentido más o menos lógico, más o menos trascendente, más o menos digno, a este momento preciso de vida. La empresa, de entrada, ya es fallida, pues no descubrirá ningún pensamiento oculto, ni desenterrará viejas ideas dormidas; al contrario: será tan sólo el intento, medio desesperado, de forzar un significado que vaya más allá del capricho inane, la rabieta insulsa y el enamoramiento fugaz y ambivalente. ¿A quién miento? Escribo sin propósitos claros ni definidos, dejo sólo constancia de las paradojas e ironías que uno mismo se construye.
Hablar, expresar, contar aquello que por meses se había mantenido a resguardo produce una sensación inequívoca de inseguridad. Las palabras -que antes habían sido demasiado prudentes, tanto que rayaban incluso en la cobardía más vil- ayer dejaron de ser completamente mías. ¿Por qué salieron? ¿Fue acaso una necesidad imperiosa de descargar un peso mental y anímico para repartirlo entre amigos y conocidos? ¿Fue una forma para compartir las tristezas y las melancolías? ¿Fue un grito de ayuda, una petición de engaño, una exigencia, una excusa?
La respuesta, como siempre sucede en estos casos, es obvia: no sé por qué lo hice.
No sé por qué quise hablar y narrar una historia que no tiene inicio y que, por lo mismo, es inexistente. No sé por qué razón esperé, como un desamparado espera cobijo, las palabras de aliento que nunca llegaron. No sé, ni siquiera, por qué escribo esto. Pero algo me queda claro, no me arrepiento.
La conclusión de esta imbécil pero recurrente paradoja -el no tener nada y, sin embargo, sufrir por ello-, también es relativamente sencilla. "La gente tiende a complicarse la vida inventando sentimientos donde (objetivamente) no tendría que haberlos, magnificando aquello que no lo vale e intentando encontrar respuestas que nunca son satisfactorias del todo: así es el ser humano".
Al llegar a este punto, el texto hacía notar una premura mucho mayor. Ella, al igual que el escrito, había mutado la serenidad inicial en impaciencia, así lo delataba el temblor de sus manos.
Hablar y luego callarse. Confiar y desentenderse. Sentir y luego negarlo. Todos ocultaremos el fracaso y sonreiremos con el engaño impuesto en nuestros rostros porque así TIENE QUE SER.
Entiendo más de lo que aparento ahora mismo. Me regodeo en la confusión y en el marasmo, pero a lo lejos -para qué negarlo- las cosas siempre han estado bastante claras. No hay, no han habido, ni habrán intentos inadecuados, frases incómodas, situaciones inmerecidas. Es lo más sensato. Es, quizá, lo único posible.
Ella no es el pretexto, pero sí la razón..."
El texto abruptamente terminaba de esta manera. A pesar de las dudas iniciales, ella entendió todo... y guardó silencio. Así tenía que ser, por lo menos hasta que el entendimiento fuera de miradas y suspiros, ya no de palabras.
El caso es que mis ficciones tienden a la nada. Son estáticas. No se desarrollan. He aquí un buen ejemplo de ello:
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Al caer, el libro mostró un detalle hasta antes imperceptible: dos pequeñas hojas tamaño carta, dobladas por la mitad, estaban dentro, como prisioneras mudas y sabias a la espera de ser liberadas. Ella, al ver las hojas, sintió un ligero escalofrío, muchos de sus propios temores quedaron al descubierto en ese instante: ¿era legítimo leer aquello que no fue escrito para nuestros ojos?, ¿lo haría de nuevo? Las preguntas, pero sobre todo, los dolores se abultaban: ¿es acaso lo que en verdad quería encontrar?, ¿ahora?, ¿no son el silencio y el olvido los mejores compañeros en este viaje? Sin saberlo, pero sobre todo, sin pedirlo, ella estaba frente a las palabras que tiempo después serían motivo de besos y suspiros, peleas y discusiones, risas, encantos, engaños y decepciones. Primero decidió mirar de reojo, con la naturalidad de quien recoge aquello que se ha caído. A primera vista todo estaba escrito a mano: mala caligrafía e ideas atrabancadas, exactamente la prisa de quien ha atrapado una idea luego de una larga noche de insomnio. A pesar de las múltiples tachaduras, borrones y acotaciones, el texto era legible. No había señales de nerviosismo en su rostro. Respiró tranquilamente y comenzó a leer en voz baja.
"Con seguridad, dentro de unos años, el recuerdo de este fin de semana será el de uno intrascendente, fatuo y carente de sentido. Será el recuento de tres días innecesarios, aderezado con dos o tres anécdotas lo suficientemente absurdas como para olvidarlas de inmediato. Hoy, sin embargo, escribo esperando encontrar un sentido más o menos lógico, más o menos trascendente, más o menos digno, a este momento preciso de vida. La empresa, de entrada, ya es fallida, pues no descubrirá ningún pensamiento oculto, ni desenterrará viejas ideas dormidas; al contrario: será tan sólo el intento, medio desesperado, de forzar un significado que vaya más allá del capricho inane, la rabieta insulsa y el enamoramiento fugaz y ambivalente. ¿A quién miento? Escribo sin propósitos claros ni definidos, dejo sólo constancia de las paradojas e ironías que uno mismo se construye.
Hablar, expresar, contar aquello que por meses se había mantenido a resguardo produce una sensación inequívoca de inseguridad. Las palabras -que antes habían sido demasiado prudentes, tanto que rayaban incluso en la cobardía más vil- ayer dejaron de ser completamente mías. ¿Por qué salieron? ¿Fue acaso una necesidad imperiosa de descargar un peso mental y anímico para repartirlo entre amigos y conocidos? ¿Fue una forma para compartir las tristezas y las melancolías? ¿Fue un grito de ayuda, una petición de engaño, una exigencia, una excusa?
La respuesta, como siempre sucede en estos casos, es obvia: no sé por qué lo hice.
No sé por qué quise hablar y narrar una historia que no tiene inicio y que, por lo mismo, es inexistente. No sé por qué razón esperé, como un desamparado espera cobijo, las palabras de aliento que nunca llegaron. No sé, ni siquiera, por qué escribo esto. Pero algo me queda claro, no me arrepiento.
La conclusión de esta imbécil pero recurrente paradoja -el no tener nada y, sin embargo, sufrir por ello-, también es relativamente sencilla. "La gente tiende a complicarse la vida inventando sentimientos donde (objetivamente) no tendría que haberlos, magnificando aquello que no lo vale e intentando encontrar respuestas que nunca son satisfactorias del todo: así es el ser humano".
Al llegar a este punto, el texto hacía notar una premura mucho mayor. Ella, al igual que el escrito, había mutado la serenidad inicial en impaciencia, así lo delataba el temblor de sus manos.
Hablar y luego callarse. Confiar y desentenderse. Sentir y luego negarlo. Todos ocultaremos el fracaso y sonreiremos con el engaño impuesto en nuestros rostros porque así TIENE QUE SER.
Entiendo más de lo que aparento ahora mismo. Me regodeo en la confusión y en el marasmo, pero a lo lejos -para qué negarlo- las cosas siempre han estado bastante claras. No hay, no han habido, ni habrán intentos inadecuados, frases incómodas, situaciones inmerecidas. Es lo más sensato. Es, quizá, lo único posible.
Ella no es el pretexto, pero sí la razón..."
El texto abruptamente terminaba de esta manera. A pesar de las dudas iniciales, ella entendió todo... y guardó silencio. Así tenía que ser, por lo menos hasta que el entendimiento fuera de miradas y suspiros, ya no de palabras.
7 comentarios:
Si fuera ella, estaría temblando al terminar de leer las hojas. Tus ficciones siempre son opacas, ¿quién es tu razón?
Lo que escribes son puras pendejadas por eso nadie tre lee.
¡Debes de estar muy orgulloso! Tener un anónimo comentando es el primer paso en el camino de convertirte en blogstar.
Si después logras que los del SDP te insulten estarás a punto de alcanzar la fama (bueno no, a mí me insultan cada semana y siguen siendo mis únicos lectores).
A mí me gustó el poust y todo el bló.
Anónimo 1. Mis ficciones son opacas, no lo niego, porque siempre estoy en una constante tensión de explosión-contención. Siempre gana la contención. Las razones para escribir son varias. Hoy, sin embargo, hay una distinta. Y eso lo agradezco.
Anónimo 2. En otras circunstancias habría respondido con un "jaja" y un comentario sarcástico sobre tu ortografía. Hoy no me siento con ganas. Te concedo razón: "son puras pendejadas" escritas sin ton ni son. Una cobardía más, pues'n.
Don Rul. Gracias por el comentario. Nunca he escrito pretendiendo volverme algo, pero si Federico Arreola me trolea me sentiré pleno.
A mí sólo me alegra que siga escribiendo. Opaco o no, sigue escribiendo. =) Usted sabe la razón de ser de este comentario. =)
Tienes un troll. De aquí al estrellato.
Me quedo con esto:
"La gente tiende a complicarse la vida inventando sentimientos donde (objetivamente) no tendría que haberlos, magnificando aquello que no lo vale e intentando encontrar respuestas que nunca son satisfactorias del todo: así es el ser humano"
Aplausos.
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