No es sencillo estar solo y menos con los nudillos inflamados, el cuerpo adolorido y la cabeza a punto de reventar. Quizá lo más sensato sería dormir un poco, pero sinceramente me asusta la idea de soñar con lo que no quiero. Sí, sí, es absurdo, lo sé, pero en el fondo sigo actuando como un niño. "Nadie te enseñará quién eres si no te escuchas primero", no, el enunciado no era así exactamente pero el concepto era más o menos el mismo. "Escuchar, escuchar", la frase aquella se va borrando poco a poco y noto cómo la oración va perdiendo terreno frente a este verbo que a cada segundo se hace más insoportable en mi cabeza. Es tarde pero no tanto como otras noches. Seguro podré aguantar despierto hasta mañana si encuentro algo con qué entretenerme. No, libros no, al menos no ahora. En la televisión pasan infomerciales pero ninguno capta mi atención: fajas que arreglan la silueta, levantan las nalgas y afirman el busto, cuchillos que cortan todo, desde una lata de aluminio hasta otro cuchillo, cremas reductoras, etc. El público objetivo es evidente: mujeres obsesionadas con su figura y con la cocina. En otro canal se ofrecen conversaciones candentes con "la chica de mis sueños" y poco después "el tarot telefónico de Madam Glutierd". Me apena imaginar que cada noche hay personas tan solas que levantan sus teléfonos a las cuatro de la mañana con la esperanza de entablar un pequeño diálogo con una máquina o -en el mejor de los casos- con una operadora telefónica de poca monta. Las actuaciones de los presentadores de los infomerciales y de sus paleros son tan pobres, tan exageradas, tan obvias que me enojan y no me queda sino apagar la tele, suspirar profundo y poner cara de hastío (qué lejanos los días cuando los suspiros denotaban ansias de amar, no está frustración lastimera e idiota). Estoy irritable, lo sé. En estas circunstancias debería tomar un buen baño caliente para despejarme un poco y relajar los músculos, pero tengo dos problemas. Uno, ayer por la tarde se acabó el gas y no me gusta bañarme con agua fría. Aunque ahora que lo pienso, y después de percibir plenamente el olor que traigo, no me importaría ducharme con agua helada. Pero ahí está el problema número dos. Hace un rato subí a la azotea y (después de golpearme la cabeza al subir corriendo la escalera de caracol y proferir las burdas majaderías que ameritaba la ocasión) revisé cuánta agua había en el tinaco: casi nada, apenas los asientos y lo que queda en las tuberías. Estoy sucio, cansado y con un olor de los mil demonios, pero lo prefiero así: lo que queda debe alcanzarme mañana para un aseo rápido de cara y dientes, una afeitada apresurada y para llenar una cubeta (ahí lavaré mi ropa) antes de salir de casa. Por ahora el silencio me aturde, es impresionante lo mal que me pone. "Escuchar, escúchate, escucha, escúchala". Música, necesito música, de preferencia en inglés, alemán o ruso para no entender a cabalidad la historia que se cuenta. Repaso una y otra vez las playlists que tengo hechas pero ninguna me convence. Demasiado romántica, demasiado azotada, demasiado entendible, demasiados recuerdos. No, no, no quiero música, no quiero armonía de instrumentos ni melodías, quiero ruido, el ruido normal de una noche cualquiera, quiero escuchar un grillo, un coche acelerando por la calle, unos borrachos cantando, una sirena de ambulancia (pienso en tu respiración al dormir y un vuelco me sacude el estómago). "Escucharse a uno mismo", qué mierdas es eso, me pregunto con rabia. "Escucharse a uno mismo", sí claro, como si fuéramos radios de onda corta y sólo necesitáramos oprimir un botón y automáticamente el sonido de "nosotros mismos" comenzara a fluir. Falta una hora para el amanecer, ya casi, ya casi, me digo. Impulsivamente me dejo caer en el sillón rojo que está frente al librero y una grosería se me escapa entre dientes. Carajo, carajo, la venda del brazo izquierdo está mal puesta y la herida se abrió de tajo. Hay sangre en el suelo, demasiada para limpiarla ahora.
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