miércoles, 13 de febrero de 2008

Ema querida

Estoy desolado. Apenas ayer me enteré que Judith piensa dejarme y se llevará a los niños. Su relación con el doctor del que te había hablado es real. Y ahora siento culpa. Nunca existe una única traición. Una, la primera, encierra a todas las demás. Y nosotros fuimos los primeros. No puedo evitar pensar que muchas ocasiones, mientras tú y yo dormíamos abrazados, Judith permanecía en casa y me esperaba despierta sólo para desearme buenas noches. No puedo sacar de mi cabeza las imágenes del bautismo de tu hijo y la alegría de Robert al ponerlo en mis brazos para que lo conociera. Siento que voy perdiendo el aliento. En el trabajo todo marcha lento. Comienzo a perder el buen ojo y ya no consigo nuevos talentos tan pronto. Robert y yo hacíamos un buen equipo, aunque él siempre prefería la prosa menos estridente. He visto a Robert la semana pasada. Su insistencia por hablar conmigo fue tal que me vi obligado a acompañarlo a comer un jueves por la tarde. El muy simpático me obligó a jugar squash después con él. En ocasiones ya no soporto su “amistad”. Preferiría que me golpeara, que me insultara, que me dirigiera algún reproche por lo que hice, por lo que me atreví a hacer frente a sus narices por años. Pero no. Robert siempre ha sido un perfecto “inglés” en todo el sentido de la palabra. Con tono irónico, sin exaltarse, sin perder la compostura, me repite que el sistema de correos de Venecia es terrible. Y tengo que escucharlo una, dos, tres veces, siempre con las mismas palabras. No me atrevo a callarlo ni a interrumpirlo. Quizá es lo único que ahora merezco. Me voy a Estados Unidos dentro de cinco días. Esta vez es para siempre. Quisiera verte.

Jerry

No hay comentarios: