Pues resulta que no morí. La semana pasada tuve una de las peores infecciones de garganta que recuerde. Varias veces pensé que desde que tenía 13 años y me dio varicela nunca me había sentido tan mal, con un dolor general espantoso, intenso y que no se iba. Ya saben: fiebre, tos, cuerpo cortado, vómito, mareos, etc. Estuvo feo, pero ya voy saliendo gracias a toda la serie de antibióticos, antiinflamatorios y no sé qué más anti-cosas que me recetaron. Moraleja: hay que ir al doctor al primer indicio de fiebre.
En fin, pensemos un momento en política. Sí, en política mexicana.
Resulta que el "oh, sí, claro", presidente del empleo, don Felipe de Jesús Calderón Hinojosa, cuyo gobierno va de traspié en traspié, tuvo a bien mandar una propuesta de reforma política el pasado diciembre. Dentro de ella se incluyen algunos reclamos que llevan haciendo políticos, periodistas y organizaciones de la sociedad civil desde hace años, tales como la reducción del número de legisladores, la posibilidad de reelección inmediata de éstos, las candidaturas y la iniciativa ciudadanas, la segunda vuelta electoral, etc.
Con ánimo festivo, discursos profundos y una mirada de altos estadistas, legisladores de todos los partidos dijeron, palabras más, palabras menos: "oh, sí, revisaremos, analizaremos, y discutiremos la reforma política que ha enviado el presidente, es más, celebramos que la haya mandado porque abre el debate parlamentario y nos da la posibilidad de pensar hacia qué México queremos ir y blah, blah, blah."
El ejercicio que hizo el secretario de Gobernación de ir a "comentar" la propuesta en varios ámbitos sociales y académicos me pareció interesante, y lo primero que pude sacar en claro es que nadie está de acuerdo con nadie. Luego vinieron los foros en el Senado de la República, con invitados de lujo, académicos renombrados y mentes sabias, oh, sí. Y nuevamente lo mismo, no hay ni siquiera una propuesta que logre un claro consenso a favor o en contra.
Primero pensé que la "reelección inmediata de legisladores y presidentes municipales" sería bien recibida tanto por la comentocracia como por los activistas políticos que se han llenado la boca una y otra vez hablando de la necesidad de mecanismos de rendición de cuentas, entre ellos la mencionada reelección. Sin embargo, no fue así. Por aquí y allá escuché y leí comentarios de todo tipo: "la reelección permitiría afianzar cacicazgos locales", "la reelección no ayudaría en la profecionalización de la vida parlamentaria, la entorpecería", "no podemos tener reelección sin antes tener transparencia". Los argumentos, todos, tienen su punto, son medianamente razonables, pero nos dejan más o menos en el mismo punto de la indefinición.
Lo concerniente a las candidaturas independientes es otro gran tema en el que se ve que nadie puede estar de acuerdo. Hay quienes piensan que la democracia mexicana sólo adquirirá sentido al aprobar las candidaturas independientes (léase, todos los de la Asamblea Nacional Ciudadana) y hay quienes las ven como la entrada directa (ya sin el filtro de los partidos) del narco y demás poderes fácticos a la arena política (un ejemplo de esta postura es el mismísimo José Woldenberg). Ohquéla. ¿Entonces?
Otros puntos de la propuesta de Calderón son de entrada mucho más conflictivos y es obvio que nunca se alcanzará consenso claro. ¿Sí a la segunda vuelta para que el candidato ganador tenga mayor legitimidad? ¿O no, porque favorece el bipartidismo? ¿Sí porque promueve la generación de mayorías parlamentarias? ¿O no, porque tendríamos problemas técnicos insuperables (como que no nos alcanzaría el tiempo para imprimir las boletas con el nombre de los dos candidatos punteros, Lorenzo Córdoba dixit)?
¿Y qué tal aquella propuesta que habla de la reducción de legisladores? Según la iniciativa de Calderón, la Cámara de Diputados pasaría a tener 400 legisladores, y el Senado, 98. Desde hace años es común escuchar a la gente diciendo: "¿para qué queremos 500 diputados, si sólo tres o cuatro son los que toman las decisiones?", "sólo van a dormirse", "no hacen nada", "son muchos". Pues bien, el contra-argumento no se ha hecho esperar: "pues en Francia hay menos gente y más legisladores", "lo que necesitamos son más espacios parlamentarios", "a más intereses representados, mejor democracia", "inclusión, no exclusión". 'Ta bien, ¿entonces?
¿La iniciativa ciudadana? "Sí, pero debe ir acompañada de la posibilidad de revocación de mandato, referéndum y no sé qué más." [Justo los temas que el gobierno panista nunca se atrevería a discutir, pues sería como dispararse en el pie].
¿Subir el porcentaje mínimo de votación de 2% a 4% para lograr el registro de los partidos políticos? "Oh, no, cómo se les ocurre semejante cosa, harían que desaparecieran muchos pequeños partidos, sobre todo esos que tanto han trabajado por el bien de México".
Podría seguir, pero creo que el punto es visible. No hay acuerdos claros. Pero no seamos ingenuos, así es en todas partes: el consenso absoluto es imposible.
Lo que sí me deja pensando y me molesta son las contradicciones: los que ayer exigían tal o cual cosa (desde el púlpito del académico o desde el pantano del político) hoy la satanizan. Algunos me dirán "es que la propuesta es imperfecta". Y yo digo: "claro que lo es, por eso se discute, se analiza, se mejora". Y ciertamente todo el debate alrededor de la reforma política se me hacía verdaderamente enriquecedor. Quizá, como diría mi estimado Andrés Lajous, "para lograr consensos, primero tienes que generar información, mucha, y a partir de ahí, se unen puntos y se toman decisiones".
Lo terrible del caso es que ahora resulta que "mejor luego discutimos la iniciativa", o por lo menos eso ha dicho el PRI. Peor aún: si dejamos que la discusión de la reforma (que es un tema de Estado) caiga en las inercias electorales de este año (vil política del día a día), nos estaremos cerrando una nueva oportunidad de modificar nuestro sistema político. Recuerdo al vuelo una frase de Diego Valadés, "el reformismo sólo es viable cuando es oportuno". Y me parece que cada vez estiramos más la liga, seguimos dejando pasar el tiempo y la precaria voluntad política permanece estancada.
En política, la unanimidad no sólo es impensable, sino que tampoco es deseable. Sin embargo, en ocasiones pareciera que los mexicanos somos genéticamente incapaces de lograr consensos mínimos, procesarlos y volverlos algo real. Y así, mientras seguimos administrando inercias, abriendo foros de discusión sin fin y aplazando decisiones políticas, el país se sigue yendo a la mierda, y nosotros con él.
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"No será con palabras"
En fin, pensemos un momento en política. Sí, en política mexicana.
Resulta que el "oh, sí, claro", presidente del empleo, don Felipe de Jesús Calderón Hinojosa, cuyo gobierno va de traspié en traspié, tuvo a bien mandar una propuesta de reforma política el pasado diciembre. Dentro de ella se incluyen algunos reclamos que llevan haciendo políticos, periodistas y organizaciones de la sociedad civil desde hace años, tales como la reducción del número de legisladores, la posibilidad de reelección inmediata de éstos, las candidaturas y la iniciativa ciudadanas, la segunda vuelta electoral, etc.
Con ánimo festivo, discursos profundos y una mirada de altos estadistas, legisladores de todos los partidos dijeron, palabras más, palabras menos: "oh, sí, revisaremos, analizaremos, y discutiremos la reforma política que ha enviado el presidente, es más, celebramos que la haya mandado porque abre el debate parlamentario y nos da la posibilidad de pensar hacia qué México queremos ir y blah, blah, blah."
El ejercicio que hizo el secretario de Gobernación de ir a "comentar" la propuesta en varios ámbitos sociales y académicos me pareció interesante, y lo primero que pude sacar en claro es que nadie está de acuerdo con nadie. Luego vinieron los foros en el Senado de la República, con invitados de lujo, académicos renombrados y mentes sabias, oh, sí. Y nuevamente lo mismo, no hay ni siquiera una propuesta que logre un claro consenso a favor o en contra.
Primero pensé que la "reelección inmediata de legisladores y presidentes municipales" sería bien recibida tanto por la comentocracia como por los activistas políticos que se han llenado la boca una y otra vez hablando de la necesidad de mecanismos de rendición de cuentas, entre ellos la mencionada reelección. Sin embargo, no fue así. Por aquí y allá escuché y leí comentarios de todo tipo: "la reelección permitiría afianzar cacicazgos locales", "la reelección no ayudaría en la profecionalización de la vida parlamentaria, la entorpecería", "no podemos tener reelección sin antes tener transparencia". Los argumentos, todos, tienen su punto, son medianamente razonables, pero nos dejan más o menos en el mismo punto de la indefinición.
Lo concerniente a las candidaturas independientes es otro gran tema en el que se ve que nadie puede estar de acuerdo. Hay quienes piensan que la democracia mexicana sólo adquirirá sentido al aprobar las candidaturas independientes (léase, todos los de la Asamblea Nacional Ciudadana) y hay quienes las ven como la entrada directa (ya sin el filtro de los partidos) del narco y demás poderes fácticos a la arena política (un ejemplo de esta postura es el mismísimo José Woldenberg). Ohquéla. ¿Entonces?
Otros puntos de la propuesta de Calderón son de entrada mucho más conflictivos y es obvio que nunca se alcanzará consenso claro. ¿Sí a la segunda vuelta para que el candidato ganador tenga mayor legitimidad? ¿O no, porque favorece el bipartidismo? ¿Sí porque promueve la generación de mayorías parlamentarias? ¿O no, porque tendríamos problemas técnicos insuperables (como que no nos alcanzaría el tiempo para imprimir las boletas con el nombre de los dos candidatos punteros, Lorenzo Córdoba dixit)?
¿Y qué tal aquella propuesta que habla de la reducción de legisladores? Según la iniciativa de Calderón, la Cámara de Diputados pasaría a tener 400 legisladores, y el Senado, 98. Desde hace años es común escuchar a la gente diciendo: "¿para qué queremos 500 diputados, si sólo tres o cuatro son los que toman las decisiones?", "sólo van a dormirse", "no hacen nada", "son muchos". Pues bien, el contra-argumento no se ha hecho esperar: "pues en Francia hay menos gente y más legisladores", "lo que necesitamos son más espacios parlamentarios", "a más intereses representados, mejor democracia", "inclusión, no exclusión". 'Ta bien, ¿entonces?
¿La iniciativa ciudadana? "Sí, pero debe ir acompañada de la posibilidad de revocación de mandato, referéndum y no sé qué más." [Justo los temas que el gobierno panista nunca se atrevería a discutir, pues sería como dispararse en el pie].
¿Subir el porcentaje mínimo de votación de 2% a 4% para lograr el registro de los partidos políticos? "Oh, no, cómo se les ocurre semejante cosa, harían que desaparecieran muchos pequeños partidos, sobre todo esos que tanto han trabajado por el bien de México".
Podría seguir, pero creo que el punto es visible. No hay acuerdos claros. Pero no seamos ingenuos, así es en todas partes: el consenso absoluto es imposible.
Lo que sí me deja pensando y me molesta son las contradicciones: los que ayer exigían tal o cual cosa (desde el púlpito del académico o desde el pantano del político) hoy la satanizan. Algunos me dirán "es que la propuesta es imperfecta". Y yo digo: "claro que lo es, por eso se discute, se analiza, se mejora". Y ciertamente todo el debate alrededor de la reforma política se me hacía verdaderamente enriquecedor. Quizá, como diría mi estimado Andrés Lajous, "para lograr consensos, primero tienes que generar información, mucha, y a partir de ahí, se unen puntos y se toman decisiones".
Lo terrible del caso es que ahora resulta que "mejor luego discutimos la iniciativa", o por lo menos eso ha dicho el PRI. Peor aún: si dejamos que la discusión de la reforma (que es un tema de Estado) caiga en las inercias electorales de este año (vil política del día a día), nos estaremos cerrando una nueva oportunidad de modificar nuestro sistema político. Recuerdo al vuelo una frase de Diego Valadés, "el reformismo sólo es viable cuando es oportuno". Y me parece que cada vez estiramos más la liga, seguimos dejando pasar el tiempo y la precaria voluntad política permanece estancada.
En política, la unanimidad no sólo es impensable, sino que tampoco es deseable. Sin embargo, en ocasiones pareciera que los mexicanos somos genéticamente incapaces de lograr consensos mínimos, procesarlos y volverlos algo real. Y así, mientras seguimos administrando inercias, abriendo foros de discusión sin fin y aplazando decisiones políticas, el país se sigue yendo a la mierda, y nosotros con él.
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"No será con palabras"
6 comentarios:
Los acuerdos entre partidos es una cosa que parece imposible.
No habrá reformas de ningún tipo (electorales, económicas, energéticas, etc) mientras no exista eso que mencionas. Un verdadero acuerdo.
Muy buen post, Jordy.
El problema uno es la apatía. Estamos TAN cansados... preferimos discutir y hacerle creer al otro (en teoría nuestro contrario) que la razón está de nuestro lado, en lugar de actuar. La democracia particiapaticva está en manos de una minoría politizada. No deberían existir tales extremos, si tú, él, ella, yo, queremos lo mismo: un país más justo, más equilibrado, más organizado, menos corrupto. No somos de bandos distintos entonces. Son ellos, los politicos, quienes para su beneficio personal nos dividen y usan como marionetas. Por eso no llegamos a un consenso. Creo.
Sr., le faltan unos LOL's. Reír no es sinónimo de apatía, pero sí hace que estas cosas tan desagradables que estamos viviendo sean más llevaderas.
Lo incito a LOLear un poco más.
La constitución es el gran elefante blanco de una democracia incipiente. Es el lastre de la revolución -citándola ahora que tan en boga está su jodido centenario-.
Y digo que es inútil porque diariamente se violan sus preceptos. No dejaron de ser buenas intenciones de ciertos individuos que pasaron a la historia.
Y si se violan, es en gran medida por el inagotable esfuerzo de los "reformistas", esos desgraciados que fingen moldear la ley en beneficio de los demás.
Y es que queda claro que en un país de muchas leyes, es en donde menos se cumplen.
Para la reforma política no habrá consenso. Se arreglará finalmente cuando alguien de su brazo a torcer o alguna vaca gorda se equivoque.
Y claro... nosotros, los ciudadanos, pagamos el precio. Apatía y desdén hacia el futuro. ¿Votar como para qué?
Que luego no se espeluznen cuando adviertan que existen millones de Ni-ni's desperdigados. El desinterés tiene un origen retorcido.
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Por cierto. Su post está bueno... pero tiene muchas, muchas, muchas ideas.
Yo lo hubiera partido en dos... bueno, eso digo yo.
Beso!
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