En algún momento del año 2000 fue evidente que mis padres se separarían. Era algo obvio, predecible e inminente: innumerables discusiones, peleas absurdas, rencores y cerrazón sólo podían derivar en escenarios malos, muy malos y pésimos. Y optaron por el malo. Ese diciembre, a pesar de que se respiraba cierta tensión en el ambiente, yo lo pasé bastante tranquilo, o al menos eso creo. La verdad es que no lo recuerdo bien. Por más que intento buscar en la memoria no tengo recuerdos buenos ni malos de ese mes: no hubo ninguna pelea-tiradero-de-vajilla, ninguna cena de Navidad trascendente, ningún regalo sorpresa, ningún festejo de Año Nuevo relevante, ninguna charla de padre a hijo, ninguna despedida lacrimosa. Simplemente sé que en enero de 2001 mi padre ya no vivía con nosotros. Y aunque suelo ser muy sensible ante este tipo de acontecimientos, y las fechas se me quedan grabadas y ¡oh, la tragedia!, nunca desarrollé ningún sentimiento grinch o anti-navideño (como varios amigos), para nada. Quizá sea porque soy un poco desapegado, pero diciembre nunca representó para mí la división familiar, ni la ausencia de nadie. Además, en cuanto llegaron los nietos mis padres dejaron de lado antiguos dolores y aprendieron a convivir de una manera mucho más sana y, aunque siguen viviendo en estados de la república distintos, ahora se llevan relativamente bien y no hay empacho en pasar las fiestas juntos. Así pues, puedo decir con franqueza que desde entonces he vivido diciembres intrascendentes, amenos, divertidos, aventureros, aburridos y hasta lunamieleros, pero nunca tristes ni confusos. Pero claro está: siempre hay una primera vez. Carajo.
Como nunca antes he resentido este fin de año por varias razones. La verdad prefiero omitir casi todas, nunca he sido bueno confesándome, así que esperaré a que se acomoden las aguas y comience el 2010 con sus nuevas -y quizá hasta emocionantes- convulsiones. Por ahora simplemente diré que en esta ocasión el paso de noviembre a diciembre fue extraño, por momentos tierno, confuso y hasta cierto punto incoherente. Y que me doy cuenta que tengo muchos flancos abiertos. Y que no sé qué hago. Y que no sé qué quiero. Y que... Y ya.
Debo irme, pero les dejo una pregunta: ¿cómo es posible que de un día para otro pareciera que hay un millón más de coches en las calles y que el tráfico es perpetuo?
Pinche diciembre, ya termina.
Y sin embargo, todavía hay varias cosas por hacer.
Como nunca antes he resentido este fin de año por varias razones. La verdad prefiero omitir casi todas, nunca he sido bueno confesándome, así que esperaré a que se acomoden las aguas y comience el 2010 con sus nuevas -y quizá hasta emocionantes- convulsiones. Por ahora simplemente diré que en esta ocasión el paso de noviembre a diciembre fue extraño, por momentos tierno, confuso y hasta cierto punto incoherente. Y que me doy cuenta que tengo muchos flancos abiertos. Y que no sé qué hago. Y que no sé qué quiero. Y que... Y ya.
Debo irme, pero les dejo una pregunta: ¿cómo es posible que de un día para otro pareciera que hay un millón más de coches en las calles y que el tráfico es perpetuo?
Pinche diciembre, ya termina.
Y sin embargo, todavía hay varias cosas por hacer.
4 comentarios:
Sí que ya se acabe. Me cae bien diciembre, es el mes que hace a la gente hipócrita y feliz.
Tráfico, peregrinaciones, frío, mercado chino, caos.. grrrrrr
aaah! pero las posadas, la comida, las luces, las vacaciones...
_hay que tomarnos un café!
bueno un té
o una cerveza
La verdad, yo soy bastante grinch. Nunca tuve 'espíritu navideño' y lo único que me gustaba eran las reuniones familiares...
Uno crece, las reuniones familiares ya no existen y/o dejan de ser chidas... uno se vuelve grinch.
Para mí las navidades en familia han sido motivos de amargura e hipocresía más que de alegría...me aqueja el sentimiento grinch, no obstante sigue habiendo gente valiosa que hace que el tráfico y la estupidez al volante valgan la pena...un saludo mi estimado Jordy...aguanta, ya solamente quedan 12 días más
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