Odio el noveno mes, odio el ayuno obligado y odio esta sensación de que todo lo que hago durante el día es prohibido. Nunca, ni siquiera de niño cuando no tenía que seguir el ṣawm, me gustó este mes de escudriñar el cielo, morir de hambre, volverse piadoso y abstenerse momentáneamente de la vida. Siempre vi con recelo todos esos mitos de viejos: que si el primer creciente, que si la luna nueva, que si Jadiya, que si Husayn ibn Ali. Patrañas. En mi infancia pensaba que éste era el mes más triste de todo el año porque mis padres no me dejaban nadar en los baños; ya en la adolescencia lo entendí como el más hipócrita, el más oscuro de todos. Por eso lo odio, por la falsedad de sus días, por la mentira velada y por la ridícula pureza que todos pretenden mostrar de pronto. Sí, claro, sobre todo cuando a lo largo del año me han enseñado sus verdaderos rostros y corazones. Por eso lo odio.
Mi padre me lo anunció el día del Lailat-ul Qadr, la noche del decreto: "este año peregrinaremos a La Meca". Yo no quise oírlo pero fue inevitable, lo dijo justo cuando llegaba de la escuela y saludaba a mi madre. En vez de afrontarlo y decirle que estaba harto de dobles morales, que no le perdonaba los golpes innecesarios que nos dio de niños ni la infidelidad que le regaló a mi madre; en vez de decirle que los pecados no se absuelven y las tristezas no se borran, y en vez de gritarle de una vez por todas que no creía en estúpidas ficciones religiosas y que por lo tanto me rehusaba terminantemente a emprender ninguna peregrinación, simplemente le di la espalda y azoté la puerta de la estancia. En mis venas había odio, sí, pero también pereza y cobardía. A él debió haberle quedado claro. Pero no fue así. Al día siguiente aparecí en casa hasta bien pasada la hora de la salat, sin ganas de encontrarme con nadie. Ahí estaba él, solo y tranquilo, fumando en la sala, leyendo un libro que no recuerdo haber visto antes. Me detuve en la entrada y observé la imagen: lo vi mucho más viejo que nunca, acabado, con la paciencia del que ya no espera mucho, quizá un último deseo y no más. Londres lo había cambiado, evidentemente. Con seguridad el proceso fue lento y complejo, pero yo no me di cuenta hasta esa noche. Tal vez todos habían cambiado menos yo. Él se levantó, dio uno, dos, tres pasos y me acarició el cabello. El único gesto de amor que recuerdo de mi padre era ese: cuando aún estábamos en Bahawalpur, él llegaba por nosotros a la escuela y pasaba sus manos por nuestras cabezas. Era un gesto tosco, pero muy genuino. Me quité los zapatos y entré. Sin decir ni siquiera una palabra me mostró la túnica que había comprado para -lo intuí- cuando estuviéramos frente a La Kaaba. También sin decir nada, acepté: tomé la túnica, asentí dos veces y subí las escaleras hacia mi cuarto.
Las imágenes sobrepasan todo lo que hasta ahora había visto o escuchado: aquí no existen calles, ni caminos, sólo una marea humana. Todos visten de blanco, mujeres, hombres, niños, ancianos. Las nacionalidades se confunden, más bien, no existen, y aunque no todos hablan árabe como lengua natal el "As-salaam-alaykum" es la frase más escuchada. Me divierte oír tantos acentos tan extraños y diferentes. A pesar de que llueve y hace frío, nunca había sentido tal calor humano. Como quiera que sea, aquí las inclemencias e incomodidades se resuelven con sonrisas y con un ánimo festivo y melancólico que no termino de entender del todo. Vamos apenas en el segundo recorrido entre los montículos de Safa y Marza. Sigue lloviendo, cada vez más fuerte.
Es el tercer día de oración, desde ayer tengo fiebre y mi padre no se ve en muy buenas condiciones. Unos viejos de Marruecos nos advirtieron que debíamos irnos ya, que Alá sabría entender la situación, pero mi padre no quiere moverse ni un centímetro: su única ilusión es tocar la Piedra Negra.
Hoy hemos hecho más oraciones que de costumbre. Estamos en una encrucijada. El foco de infección se ha expandido pero ahora somos más peligrosos afuera que aquí reunidos. Se dice que todos los que han intentado regresar a sus países están siendo evaluados en hospitales militares y que la única manera de salir es con un milagro. El gobierno saudí no se puede dar abasto con la cantidad de enfermos y las fosas comunes se están volviendo un peligro más de contagio. Van más de 59 mil infectados en dos días y 8 mil muertos.
Mi padre murió hoy. Murió rezando en dirección, no a La Meca, sino a nuestra casa en Londres. "Alá sabrá juzgar, pero estoy pidiendo el perdón que necesito" fue lo último que me dijo.
No hay más días sin luz.
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Ufff.
Ya, fin.
La verdá todo esto salió porque vi una noticia en El Universal de que los musulmanes iban a La Meca con temor de contagiarse del virus AH1N1. De hecho, ya van cuatro fallecidos, según leo.
Ay, caray. La verdad sí me costó trabajo. Leí la nota y me propuse hacer un post al respecto.
Primero quise escribir algo chistosón y políticamente incorrecto (por eso el horrible título de esta entrada). Luego me decanté por un cuento donde el personaje principal (según se llama Mahmud Hasan) moriría después de hacer la peregrinación a La Meca. Me clavé muchísimo en la primera frase y escribí y escribí por dos horas y esto salió. No me culpen, no sean gachos. La historia, ya lo sé, no es original, ni bonita, ni graciosa, ni sorprendente y no tiene metáforas ni reflexiones de gran calado. Lo siento, no pude encontrar una vuelta de tuerca interesante. Propongan un título más poético, anden, mi cabeza ya está quemada y no piensa en nada más.
Pero estoy contento: escribo.
Mi padre me lo anunció el día del Lailat-ul Qadr, la noche del decreto: "este año peregrinaremos a La Meca". Yo no quise oírlo pero fue inevitable, lo dijo justo cuando llegaba de la escuela y saludaba a mi madre. En vez de afrontarlo y decirle que estaba harto de dobles morales, que no le perdonaba los golpes innecesarios que nos dio de niños ni la infidelidad que le regaló a mi madre; en vez de decirle que los pecados no se absuelven y las tristezas no se borran, y en vez de gritarle de una vez por todas que no creía en estúpidas ficciones religiosas y que por lo tanto me rehusaba terminantemente a emprender ninguna peregrinación, simplemente le di la espalda y azoté la puerta de la estancia. En mis venas había odio, sí, pero también pereza y cobardía. A él debió haberle quedado claro. Pero no fue así. Al día siguiente aparecí en casa hasta bien pasada la hora de la salat, sin ganas de encontrarme con nadie. Ahí estaba él, solo y tranquilo, fumando en la sala, leyendo un libro que no recuerdo haber visto antes. Me detuve en la entrada y observé la imagen: lo vi mucho más viejo que nunca, acabado, con la paciencia del que ya no espera mucho, quizá un último deseo y no más. Londres lo había cambiado, evidentemente. Con seguridad el proceso fue lento y complejo, pero yo no me di cuenta hasta esa noche. Tal vez todos habían cambiado menos yo. Él se levantó, dio uno, dos, tres pasos y me acarició el cabello. El único gesto de amor que recuerdo de mi padre era ese: cuando aún estábamos en Bahawalpur, él llegaba por nosotros a la escuela y pasaba sus manos por nuestras cabezas. Era un gesto tosco, pero muy genuino. Me quité los zapatos y entré. Sin decir ni siquiera una palabra me mostró la túnica que había comprado para -lo intuí- cuando estuviéramos frente a La Kaaba. También sin decir nada, acepté: tomé la túnica, asentí dos veces y subí las escaleras hacia mi cuarto.
Las imágenes sobrepasan todo lo que hasta ahora había visto o escuchado: aquí no existen calles, ni caminos, sólo una marea humana. Todos visten de blanco, mujeres, hombres, niños, ancianos. Las nacionalidades se confunden, más bien, no existen, y aunque no todos hablan árabe como lengua natal el "As-salaam-alaykum" es la frase más escuchada. Me divierte oír tantos acentos tan extraños y diferentes. A pesar de que llueve y hace frío, nunca había sentido tal calor humano. Como quiera que sea, aquí las inclemencias e incomodidades se resuelven con sonrisas y con un ánimo festivo y melancólico que no termino de entender del todo. Vamos apenas en el segundo recorrido entre los montículos de Safa y Marza. Sigue lloviendo, cada vez más fuerte.
Es el tercer día de oración, desde ayer tengo fiebre y mi padre no se ve en muy buenas condiciones. Unos viejos de Marruecos nos advirtieron que debíamos irnos ya, que Alá sabría entender la situación, pero mi padre no quiere moverse ni un centímetro: su única ilusión es tocar la Piedra Negra.
Hoy hemos hecho más oraciones que de costumbre. Estamos en una encrucijada. El foco de infección se ha expandido pero ahora somos más peligrosos afuera que aquí reunidos. Se dice que todos los que han intentado regresar a sus países están siendo evaluados en hospitales militares y que la única manera de salir es con un milagro. El gobierno saudí no se puede dar abasto con la cantidad de enfermos y las fosas comunes se están volviendo un peligro más de contagio. Van más de 59 mil infectados en dos días y 8 mil muertos.
Mi padre murió hoy. Murió rezando en dirección, no a La Meca, sino a nuestra casa en Londres. "Alá sabrá juzgar, pero estoy pidiendo el perdón que necesito" fue lo último que me dijo.
No hay más días sin luz.
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Ufff.
Ya, fin.
La verdá todo esto salió porque vi una noticia en El Universal de que los musulmanes iban a La Meca con temor de contagiarse del virus AH1N1. De hecho, ya van cuatro fallecidos, según leo.
Ay, caray. La verdad sí me costó trabajo. Leí la nota y me propuse hacer un post al respecto.
Primero quise escribir algo chistosón y políticamente incorrecto (por eso el horrible título de esta entrada). Luego me decanté por un cuento donde el personaje principal (según se llama Mahmud Hasan) moriría después de hacer la peregrinación a La Meca. Me clavé muchísimo en la primera frase y escribí y escribí por dos horas y esto salió. No me culpen, no sean gachos. La historia, ya lo sé, no es original, ni bonita, ni graciosa, ni sorprendente y no tiene metáforas ni reflexiones de gran calado. Lo siento, no pude encontrar una vuelta de tuerca interesante. Propongan un título más poético, anden, mi cabeza ya está quemada y no piensa en nada más.
Pero estoy contento: escribo.
7 comentarios:
Ni si quiera sé qué comentar. Por un momento hasta te imaginé musulmán.
Chale, tanto esfuerzo para ni un comentario decente. Jaja. La verdad me clavé en la historia. Y wikipedia me ayudó un buen. Ojalá al menos le haya gustado.
A mi me gusto!
Más me gusta que escribas y mejor que te ponga contento =) ya somos dos!
Debo confesar que me sentí magnéticamente atraída con los primeros parrafos que encontré en facebook y me vine para acá a leerlo completo. Dos cosas:
1.-El argumento es un poco incoherente y salta sin dar explicaciones aparentes que no permiten leer las intenciones de los personajes principales, sobre todo la sdel hijo.
Sin embargo,
2.- Es una linda historia, porque habla de la vida: de lo cotidiano, de contradicciones entre padres e hijos, de esas costumbres-tradiciones que se venimos arrastrando por herencia, no por convicción propia.
Ultimamente he andado sumergida en el Islam y en el mundo árabe, asi que gracias por escribir de él =P
Paz.
Sentí que estaba leyendo un cuento moderno de las mil y una noches. Me gustó el estilo, la voz narrativa y el giro dentro del mismo cuento.
Yo, a diferencia de Ana, creo que el argumento más que enfocarse en los personajes, creo que el foco del cuento se centra en el hecho de la muerte durante la peregrinación. Lo anterior más bien lo encuentro como el preámbulo para justificar los últimos párrafos y eso me parece bien.
Y yo que al principio creí que iba a ser una anécdota.
No te hagas wey, pinche moreno seguro eres un cabron musulman y por eso sabes tantos terminos de esa mamada. Eres egipto o arabe y le rezas a Osama y a Obama, igual de prieto que tu, no te agas wey.
No me gustó.
Atte. La Conover.
Eres un chafa. No me contestaste mi correo con los comentarios sobre tu entrada.
Atte:
La Conover.
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