"...yo, niña, he comprendido que no hay queja
como la queja que respuesta no halla,
que no hay pesar como el pesar oculto,
que no hay dolor como el dolor que calla,
y que triste el llorar, agobia menos
la calcinante lágrima que rueda,
cuando una mano cariñosa enjuga
la que temblando en las pestañas queda.
¡ Sí, niña! Desde ahora
ya al sufrimiento no seré cobarde,
ni me hará estremecer aterradora
la llegada tristísima de esa hora
que empieza en las tinieblas de la tarde..."
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